Artículo del diario El Espectador edición del 16 de noviembre de 2021
La pandemia trajo consigo una crisis de semiconductores y procesadores que tiene en vilo a varios sectores, incluyendo al de videojuegos y al automotriz. ¿Cómo llegamos hasta aquí?
Foto: Bloomberg
EE.UU. ha incluido a más de un centenar de empresas asiáticas en su lista de bloqueo con el fin de impedirles acceso a tecnología estadounidense.
Esta semana, cuando se conmemora medio siglo del primer microprocesador de Intel, piedra angular de la tecnología moderna, es inevitable enmarcar la celebración del fabricante en la desafiante crisis que enfrenta más de una industria por la escasez global de chips.
En un mundo que se vio obligado a estar altamente mediado por la tecnología debido a las medidas de aislamiento provocadas por el Covid-19, la demanda de consolas para videojuegos, celulares para redes 5G, equipos médicos y hasta automóviles no se hizo esperar. Sin embargo, el ritmo de fabricación y distribución de los chips que les permiten funcionar no se ha sabido adaptar a este frenesí, llegando a protagonizar lo que hoy se conoce como la crisis de los chips.
¿Por qué cuesta tanto producir esta tecnología? Una de las razones es que abrir nuevas instalaciones para la creación de chips supone una inversión multimillonaria, lo que cierra la puerta a la aparición de nuevos fabricantes y ha hecho que las industrias dependan enteramente de unos pocos conglomerados.
A esto se suma que los diseñadores de chips son más numerosos que quienes los crean, por lo que ejercen fuertes presiones sobre la producción. Estas pequeñas piezas están presentes en prácticamente todo lo que tiene electricidad, desde carros y celulares, pasando por tomógrafos, hasta portaaviones.
Por si fuera poco, las cadenas logísticas que se interrumpieron con la pandemia terminaron por impactar también a este sector, lo que creó un efecto dominó que hoy tiene en vilo a compañías de videojuegos, al sector de automóviles y a fabricantes de computadoras por igual.
Cifras para entender la crisis
Para 2020, las ventas de semiconductores llegaron a US$439.000 millones, lo que representó un incremento de 6,5 % frente a los números registrados en 2019 (US$412.300 millones), de acuerdo con la SIA, gremio global de los fabricantes de esta tecnología. Las cifras demostraron la creciente demanda de chips que llegó con la pandemia, crisis que, además, tuvo sus primeros efectos en Asia, en donde se aloja una porción importante de fábricas de estos dispositivos.
Ese año, Intel anunció que incrementaría su producción de chips en varias de sus fábricas, con una inversión de US$20.000 millones. Taiwan Semiconductor Manufacturing, por su parte, reconoció que no podía mantenerse al día con la demanda, a pesar de tener sus plantas a más de 100 % de su capacidad.
La coyuntura también les aguó la fiesta a Sony y Microsoft, que cerraron en 2020 lanzando las versiones más recientes de sus consolas sin cumplir las ventas esperadas por cuenta de la escasez de chips.
Además, las ventas mundiales de smartphones cayeron 6 % durante el tercer trimestre de 2021 con respecto al mismo periodo del año anterior debido a la falta de componentes, según un estudio de Canalys. La “hambruna de procesadores”, como la denominó la firma, ha llevado a una subida de precios y una reducción en la producción que, se prevé, durará hasta bien entrado 2022.
Por otro lado, los cierres de fábricas de semiconductores en el sudeste asiático producto de los confinamientos tuvieron repercusiones en las plantas de ensamblaje de automóviles. El gabinete AlixPartners estima que el sector automotriz mundial perderá US$210.000 millones en 2021.
Un problema de soberanía tecnológica
La escasez de estas piezas también debe leerse a la luz de las tensiones entre potencias mundiales que se disputan el control de su fabricación.
Desde la era Trump, EE.UU. ha incluido a más de un centenar de empresas asiáticas en su lista de bloqueo con el fin de impedirles acceso a tecnología estadounidense sin una autorización específica. Washington dice que busca defender la propiedad intelectual de empresas locales, muchas de ellas diseñadoras y comercializadoras de chips y semiconductores, sin embargo, China lo ha interpretado como una jugada para asfixiar a compañías asiáticas.
El pasado junio el Senado estadounidense aprobó US$50.000 millones para apoyar al sector de los microchips en su paquete de financiación y reactivación. Lo propio ha hecho China, llegando a destinar al menos US$170.000 millones en los últimos siete años para apoyar este sector.
Ambos países saben que quien domine esta tecnología tendrá el músculo suficiente para impulsar la fabricación de equipos de telecomunicaciones para las próximas redes 5G, el diseño de celulares o el manejo de datos para usos industriales y ciudades inteligentes, por ejemplo.
En estas tensiones geopolíticas también entra a jugar Taiwán, uno de los principales fabricantes de chips en el mundo, junto con Corea del Sur. Las tensiones entre China y Taiwán han escalado hasta el punto en que medios chinos señalaron que el presidente Xi Jinping le dejaría claro al mandatario estadunidense Joe Biden que “China se reunificará con Taiwán sin importar el costo”.
Ambos presidentes se reunieron esta semana para discutir su relación comercial y el apoyo de EE.UU. a Taiwán, entre otros temas. Biden aseguró que su país se opone “fuertemente a los intentos unilaterales para cambiar el statu quo o diezmar la paz y la estabilidad en el estrecho de Taiwán”, por lo que la situación de la isla en este segmento a largo plazo es poco claro.
Como en toda crisis, en la de los procesadores también hay importantes ganadores que se han valorado a costa de la escasez. Uno de los más sonados últimamente es el grupo holandés ASML, cuyas máquinas de fotolitografía son claves para la producción de chips.
La compañía ha tenido una revalorización superior al 65 % en 2021, acumula una subida en Bolsa del 300 % en los últimos tres años y hoy tiene una capitalización de más de US$300.000 millones. En parte esto se debe a que es la única empresa del segmento que desarrolla la técnica de litografía ultravioleta extrema (tecnología EUV, por su sigla en inglés).
Esto les permite a los fabricantes desarrollar chips con un tamaño de menos de 10 nanómetros, es decir, 10.000 veces más delgado que un cabello humano. Una máquina EUV vale cerca de US$200 millones y ASML espera que los pedidos superen las 70 unidades anuales en 2025, según reportó El País de España.
En este escenario se enmarca una de las principales crisis económicas que aquejan al mundo y que ha retrasado la recuperación de varias potencias. EE. UU., Europa y China están dispuestos a dar la pelea y quedarse con el mayor pedazo de la torta: anunciaron planes de inversión de US$52.000, US$15.000 y US$80.000 millones respectivamente para los próximos tres años exclusivamente en este sector.
Artículo del diario El Espectador.
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